“Mi nombre es Beto, soy originario de San Juan Calmeca, Puebla, y tengo un hijo maravilloso que se llama Daniel Josmar. Él siempre fue un niño lleno de vida. Le encantaba jugar, estudiar, era muy amigable con sus compañeros, y siempre tenía una sonrisa para todos.
Pero todo cambió de repente. Un día, Daniel empezó a perder fuerzas. Primero fueron cosas pequeñas, como que se cansaba rápido, pero luego dejó de caminar y su vista comenzó a fallar. No entendíamos qué estaba pasando, así que lo llevamos al médico. Varios doctores nos dijeron que estaba bien, que solo eran plaquetas, pero cada vez empeoraba más. Seguía perdiendo peso, ya no quería comer y todo lo que ingería, lo vomitaba.
Después de muchas consultas, nos dijeron algo que jamás imaginamos: Daniel tenía un tumor en la cabeza, un Pineoblastoma de 4.º grado. Nos dijeron que era muy delicado y que quizás no había mucho por hacer. En ese momento, sentí que el mundo se me caía encima. Pero yo sabía que mi hijo era fuerte, que tenía más vida por delante. Así que no nos dimos por vencidos.
Lo operaron para ponerle una válvula en la cabeza. Después de eso, vimos pequeños cambios. Ya no vomitaba, y parecía más tranquilo. Pero las recaídas seguían, y cada vez que un doctor nos decía que las cosas no iban a mejorar, yo sentía que debía seguir luchando por él.
Finalmente, llegamos al Instituto Nacional de Pediatría, y ahí le hicieron una biopsia para saber exactamente contra qué estábamos luchando. Fue ahí donde nos confirmaron el diagnóstico. Nos dijeron que harían todo lo posible, y comenzó su tratamiento de radioterapia.
A lo largo de este camino tan difícil, Casa de la Amistad ha sido nuestro apoyo más grande. Nos han brindado mucho más que ayuda médica. Nos ofrecieron transporte, alimentación, un lugar donde quedarnos y, sobre todo, apoyo emocional. Ahí, Daniel empezó a mejorar. Dejó la silla de ruedas y comenzó a caminar de nuevo. Verlo dar esos pasos fue un milagro. Las maestras también han sido un gran apoyo, ayudando a Daniel a mantenerse conectado con su educación y a sentirse acompañado.
Recuerdo que una doctora lo llamó ‘Lázaro’. Le dijo: ‘Tú eres Lázaro, porque has resucitado.’ Y es verdad, él ha vuelto a la vida. Ya come por la boca, disfruta de los sabores, y vuelve a ser el niño alegre que siempre fue.
Para Daniel, Casa de la Amistad no es solo un lugar de ayuda, es su casa.
Daniel es muy amoroso, un día me dijo: ‘Papi, cuando sea grande, te voy a comprar un coche del año, y vamos a regresar a Casa de la Amistad, porque es mi hogar.’ Sus palabras me llenaron de orgullo y esperanza.
Todo esto ha sido posible gracias a Casa de la Amistad y a todas las personas que nos apoyan. Gracias a ustedes, mi hijo tiene una nueva oportunidad de vida, y eso no tiene precio. No hay palabras suficientes para agradecer el amor y la ayuda que nos han brindado.
Invito a todos a conocer Casa de la Amistad, a escuchar las historias de los niños y ver el milagro que ocurre aquí. Gracias a quienes se suman, a quienes donan y nos envían sus buenas vibras. No estamos solos, Dios siempre está con nosotros, y Casa de la Amistad es un reflejo de ese amor.”